El rastro del ébola
Diez años después de la epidemia de ébola más mortífera, reconstruimos la crisis sanitaria en África Occidental y las lecciones que dejó
El rastro del ébola
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Acaban de cumplirse diez años de la epidemia de ébola en África Occidental. Sin medicamentos antivirales para combatirla, más de 11.000 personas murieron en el brote más mortífero de la enfermedad y más de 28.000 se contagiaron. En 2014 el mundo no estaba preparado para combatir el virus, pero ahora sí existen tratamientos y vacunas eficaces, por eso Médicos Sin Fronteras exige una reserva de emergencia que garantice que estén disponibles para quien los necesite.
El brote inicial se vivió con desconcierto en la región, poco acostumbrada a ver casos de ébola, al contrario que África Central o a la República Democrática del Congo, como recuerda el periodista de la Cadena SER Nicolás Castellano. Viajó a Sierra Leona y Liberia, donde encontró a una población “en shock” por su costumbre “al contacto, al saludo cariñoso, a tocarte…” De pronto el miedo a cualquier contacto y a un contagio invadió todas las relaciones.
Al inicio de la epidemia, los índices de mortalidad eran inéditos. “Recuerdo sobre todo los centros de atención que estaban en lugares aislados, las imágenes de las de los equipos de protección, cómo los sanitarios se tenían que equipar como astronautas para no contraer la enfermedad”, cuenta Castellano, haciendo referencia a las estampas que años más tarde vimos también en los hospitales españoles para protegernos del coronavirus. Los cementerios resultaban impactantes por el sistema de aislamiento impuesto: “se rompían todos los ritos funerarios de esas comunidades acostumbradas a agasajar y acompañar al muerto hasta su último momento del enterramiento”, explica el periodista.
¿Cómo estalló la epidemia?
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El brote se inició en zonas rurales, en un triángulo entre las tres fronteras, y pronto fue extendiéndose a ciudades grandes como Freetown o Conakry por la elevada movilidad. Se trataba de una zona de riesgo por el reservorio animal de la enfermedad, explica la enfermera y coordinadora de emergencias de Médicos Sin Fronteras Miriam Alía. “Hubo casos en estructuras hospitalarias que no se diagnosticaron a tiempo y que produjeron el contagio tanto del personal como de otros pacientes. Y, además, a esto se sumó que hubo personas infectadas que se movieron hacia las capitales y crearon nuevos brotes”. La respuesta de la ONG requirió de nuevas estructuras de tratamiento en muchos lugares en tres países diferentes, seguimiento de contactos y prevención de infecciones en las estructuras.
Alía estuvo en África en cinco brotes diferentes de ébola entre 2014 y principios de 2015 y ya conocía la enfermedad por su estancia en Congo en 2012. El brote era difícil de controlar, según cuenta, porque la población, “muy traumatizada”, se negaba a ir al centro de tratamiento, lo que daba lugar a cadenas de transmisión y muertos en las comunidades. Según la enfermera, “había muchas leyendas en torno a la enfermedad”. Se decía que era inventada o traída por los blancos, y llegó a haber una resistencia por parte de los grupos de jóvenes. El trabajo con las comunidades, haciéndoles partícipes de las estrategias de seguimiento de contactos y detección precoz, fue clave para controlar el brote.
Cambio de mentalidad
Hasta que no se logró hacer comprender a las poblaciones que debían tomar medidas de aislamiento y protegerse de los contagios, no fue posible controlar la epidemia, y para eso los sanitarios locales fueron clave, así como la implicación de las comunidades. “Para que las personas vinieran de forma precoz a los centros, nosotros invitábamos a líderes comunitarios a visitar el centro, para que vieran que no pasaba nada raro”, cuenta Alía. “En cuanto a los ritos funerarios, se trabajó mucho con líderes religiosos y comunitarios para encontrar una forma que fuera aceptable desde el punto de vista cultural y religioso, y también aceptable y seguro para evitar la transmisión de la enfermedad”.
El estigma era difícil de combatir, tanto para los fallecidos como para los supervivientes. Los sanitarios contagiados tuvieron dificultades para reincorporarse a sus trabajos, según la enfermera. También ha habido casos de supervivientes desatendidos en los centros sanitarios por miedo al contagio.
Las lecciones aprendidas y pendientes
La reacción de la comunidad internacional fue muy tardía. “No se preocupó hasta que empezaron a contagiarse los blancos, algunos de los cooperantes internacionales”, critica Nicolás Castellano. Ya en 2012 un laboratorio canadiense había avanzado mucho en la vacuna potencial, pero no era “comercialmente atractiva para desarrollarla”, añade Alía. Por eso no fue hasta 2014, “cuando se vio que había un riesgo de expansión a nivel internacional que podía afectar a países de altos ingresos”, cuando la maquinaria se puso en marcha para lograr tratamientos y una vacuna que nos ha preparado para eventuales futuras epidemias de ébola.
Miriam Alía alerta, sin embargo, de que no se ha asegurado el acceso a los tratamientos de forma ágil. “Ahora mismo, la vacuna sí forma parte de un stock de emergencia que gestiona el Grupo Internacional de crisis, en el que está la OMS, UNICEF, la Federación de la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras, y en cuanto hay un brote, se manda. Pero los tratamientos están sujetos a patentes”. Esto hace que dependa de la voluntad de las farmacéuticas poner a disposición los tratamientos en caso de necesidad. Según la enfermera, solo un tercio de los pacientes a partir de 2020 han recibido el tratamiento.
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