Las pinturas negras de Goya
Fue un 27 de febrero de 1819 cuando Francisco de Goya, con 73 años, compró una finca a las afueras de Madrid en la que pasaría parte de los últimos años pintando escenas extrañas

La cartuja de Aula Dei y Goya
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A orillas del río Manzanares se situaba la famosa Quinta del Sordo, en referencia a la sordera de su anterior propietario, Pedro Marcelino Blanco, afección que también sufría el pintor. En sus paredes realizó, entre 1820 y 1823 y con la técnica del óleo «a seco», una serie de catorce obras murales. Estas son conocidas como “Pinturas Negras” desde que el crítico de arte Juan de la Encina se refiriese de este modo a ellas en 1928.
Actualmente están expuestas como lienzos independientes en el Museo del Prado y no dejan indiferente a nadie por su expresividad, a pesar de que en su época no acabaron de gustar mucho. El conjunto, integrado por piezas tan célebres como El aquelarre, Saturno devorando a un hijo o Perro semihundido, son expresiones del talante romántico y un tanto pesimista del artista. Su complejidad interpretativa ha dado pie a debates entre especialistas de la obra del pintor aragonés, puesto que no nos dejó título que permita leerlas con fiabilidad. Antes de su extracción de los muros de la Quinta, estas obras estaban distribuidas a lo largo de las dos plantas de la casa. Cuando Goya se exilió a Burdeos donó la casa a su nietro Mariano y éste a su vez vendió la Quinta del Sordo al barón d’Erlanger en 1873, que fue quien ordenó su extracción de los muros de cara a exhibirlas en la Exposición Universal de París en 1878.
Esto motivó las intervenciones del pintor y restaurador Salvador Martínez Cubells tras el arranque de las pinturas de los muros de la casa (demolida en 1909), lo que originó pérdidas de materia pictórica. Contrariamente a lo que esperaba, su exhibición en París apenas tuvo resonancia y el barón cedió las obras al estado español y éste al Museo del Prado.
Los diversos males de Goya serán por el plomo utilizado en sus pinturas que le ocasionó una sordera total y que le imposibilitó para comunicarse si no era a través de señas. Según el doctor Pedro Montilla, que ha estudiado la enfermedad de Goya en base a sus cartas, el propio artista describía sus síntomas: zumbidos, alucinaciones acústicas y visuales y pérdida de conocimiento.
Doce días después de la muerte, Leocadia Zorrilla, su ame de llaves, dirigía a Moratín una carta en la que cuenta cómo acabó la vida del maestro en 1828: “Conocía a todos hasta tres horas antes de morir, veía la mano, pero como alelado. No hubo momento después seguro, pues la debilidad le impedía entender lo que decía, y disparataba. Falleció del 15 al 16, a las dos de la mañana. Se quedó como él duerme, y hasta el médico se asombró de su valor. Dice éste que nada padeció”.