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Egiptomanía: la fascinación de Egipto en occidente

Pocos resisten la magia del Antiguo Egipto que fascinó a romanos y griegos, embarcó a Napoleón en una campaña calamitosa y se hizo leyenda por obra y gracia de novelas y de Hollywood

Madrid

En la primavera de 1798, con apenas 29 años, Napoleón Bonaparte convenció al Directorio para marchar a Egipto. Tras un breve alto en Malta, su ejército de 55.000 hombres y 400 navíos desembarcó en Alejandría. La ciudad mediterránea no ofreció resistencia. Las tropas vencieron a los mamelucos en la 'Batalla de las pirámides': "Soldados, cuarenta siglos de Historia os contemplan", dijo el general al pie de las pirámides, con una evidente imprecisión cronológica.

Se creó el 'Institut d'Égypte', la primera sociedad de egiptología del mundo; se descubrió la piedra Rosetta, que abrió la puerta a la comprensión de los jeroglíficos gracias a Champollion y los 167 intelectuales que acompañaron a Napoleón reunieron una preciada información sobre antigüedades egipcias, historia y condiciones sociales de la época. La labor enciclopédica, formada por nueve volúmenes de texto y 14 de ilustraciones, necesitó dos décadas para ver la luz y costó una fortuna a las arcas galas.

Era el inicio del siglo XIX y a Europa llegó la fiebre por la egiptología. La revolución industrial convirtió la producción de objetos asociados a Egipto en bienes asequibles para las masas. Las deidades, monarcas, pirámides y esfinges asomaron por las cajetillas de cigarrillos. Pero no fue la única industria que se apropió de esa fascinación. Los orfebres saciaron el antojo de la nobleza labrando colgantes de sarcófagos o momias y 'châtelaines' (cadenas suspendidas de la cintura) con cabezas de faraón, cartuchos con jeroglíficos o flores de loto.

A las miles de piezas expuestas en museos de Europa y Estados Unidos, hay que añadir los cuatro templos que salieron de Egipto como regalo a las naciones que ayudaron a construir la presa de Asuán (en Madrid está el de Debod), o los obeliscos que han sido el elemento arquitectónico preferido para embellecer numerosas plazas. Roma se lleva la palma: en sus calles se exhiben hasta 13 ejemplares. Uno de ellos, erigido en la plaza de San Pedro del Vaticano, fue incluso sometido a un exorcismo por orden del papa Sixto V. En el siglo XIX, Mohamed Ali -el padre del Egipto moderno- trató de ganarse el favor de las cancillerías europeas regalando obeliscos. Los franceses eligieron uno de los dos obeliscos que flanqueaban el acceso al templo de Luxor y, tras un azaroso viaje por mar, el 25 de octubre de 1836 unos 200.000 parisinos contemplaron su llegada a la Plaza de la Concordia, donde antes se decapitaba a los reos de la revolución francesa. Por no hablar de la manía por desvendar momias en actos públicos o pulverizarlas para tomar ese polvillo a modo de remedio terapéutico. La egiptomanía ha dado mucho que hablar y lo seguirá haciendo en el futuro…

 
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