De pila bautismal a macetero (robado) en Meirás: la batalla con los Franco continúa
Un año después de la devolución del pazo de Meirás al patrimonio público, el edificio solamente se puede visitar desde el exterior y continua sin permitirse el acceso a las torres y a la capilla. Es más, los bienes del pazo, las reliquias, los cuadros, las esculturas y demás enseres que lo amueblan están inmersas en su propio proceso judicial
Conocemos los casos de Frumales (Segovia) y Moraime (A Coruña), dos de los pueblos que Carmen Polo saqueó para "decorar" el pazo
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Sada
Más allá de discursos triunfalistas, la batalla judicial con los Franco por el pazo de Meirás no ha acabado. Los bienes del pazo, las reliquias, los cuadros, las esculturas y demás enseres que amueblan el edificio están inmersos en su propio proceso judicial. Después de varios aplazamientos, el próximo 13 y 14 de enero los nietos de Franco se verán de nuevo las caras en los juzgados con el Estado, la Xunta de Galicia, la Diputación de A Coruña y los ayuntamientos de Sada y A Coruña, por la titularidad de los bienes del interior de la propiedad.
Hace poco más de un año y en un acto calificado de “histórico”, la jueza Marta Canales entregó a Consuelo Castro, abogada general del estado, las llaves de edificio y devolvía al patrimonio público una propiedad convertida en el símbolo de una dictadura durante 82 años. Sin embargo, a día de hoy, el pazo solamente se puede visitar desde el exterior. Continúa prohibido el acceso a las torres y a la capilla, donde están los bienes con mayor interés artístico y patrimonial. “Los Franco, en cierta medida, siguen haciendo aquí lo que les da la gana. El estado sigue estando muy condicionado por todo lo que dicen y hacen. Y la prueba más palpable de ello es que el interior del pazo, las torres y la capilla siguen sin poderse visitar”, señala el investigador Carlos Babío, coautor del libro ‘Meirás: un pazo, un caudillo, un expolio’.
Todo continúa en el aire. Incluso la propia propiedad del pazo, ya que la familia Franco ha recurrido al Tribunal Supremo, que todavía no se ha pronunciado. De hecho, el argumento del estado para no autorizar las visitas al interior es “la situación jurídica del bien”, relata Babío. “Yo siempre pongo el mismo ejemplo: en el museo del Prado hay cuadros que tienen mucho más valor patrimonial que algunos de los bienes que reclaman los Franco. Y allí puedes ir a ver esas obras sin ningún problema”.
La biblioteca personal de Emilia Pardo Bazán, su escritorio o el sepulcro que mandó construir son algunas de las más de 700 piezas patrimoniales inventariadas dentro del pazo. El Estado y la Xunta de Galicia no han sido capaces durante el último año de alcanzar un acuerdo para dar la categoría de Bien de Interés Cultural a esos bienes por diferencias sobre quién tiene las competencias para hacerlo. Esa declaración no supondría la propiedad, pero sí la protección de todos ellos. Es más, la abogacía del estado apenas reclama 133 bienes, mientras que el concello de Sada está solo, de momento, en su postura de reclamar la totalidad del inventario. En medio de todo este lío jurídico, la Secretaría de Estado de Memoria Democrática anunció hace unos meses que el Gobierno apoyaría la reclamación de la totalidad de los muebles del pazo ya cursada por el ayuntamiento de Sada. Pero, hasta la fecha, el anuncio no se ha concretado en ninguna acción judicial. “En la cabeza del dictador y de su esposa, la línea que separaba lo público de lo privado era difusa. Ellos consideraban el estado español como su finca particular… cualquier cosa que se les encaprichaba a los Franco acababa en Meirás”, concluye Babío. Lo saben bien en dos pequeños pueblos: Frumales, en Segovia y Moraime, en el ayuntamiento coruñés de Muxía.
En Frumales, con poco más de 80 habitantes, los vecinos más mayores recuerdan con nitidez la mañana de 1958 en la que llegó allí Carmen Polo para robar su pila. Paca tiene ahora 87 años, es la más mayor del pueblo y conserva en su memoria la imagen de “Franca”, como la llama ella, “con un collar blanco, el vestido negro y los zapatos de tacón”. Cuenta que entonces las calles del pueblo no estaban asfaltadas y que “daba penita verla”. Todavía conserva la esperanza de ver la pila de vuelta en Frumales e incluso tiene pensada la ubicación en la que la colocaría. “Si yo mandara ahora mismo le diría que la trajera”, afirma.
Olegario Acebes, maestro jubilado del pueblo, apenas tenía cuatro años cuando sucedió todo aquello. “Yo recuerdo que apareció una mano de un coche y le dio a mi madre tres o cuatro caramelos. Serían los primeros caramelos que yo comía en mi vida porque por entonces aquí no había nada”, recuerda. El problema es que en Frumales no tienen más pruebas que la tradición oral para llevar su pila de vuelta. “No hay ningún registro… es un robo. No va a venir una persona aquí a llevarse cosas y a dejarte un certificado”, sentencia Olegario. Por su parte, el alcalde del PP, Javier Sanz, escribió a la Junta de Castilla y León, pero “la contestación ha sido nula”. Ni siquiera aspira a que lleven la pila de vuelta al pueblo, pero sí a que pongan una placa explicando su historia. “No tenemos medios, no tenemos dinero, esto es un pueblo pequeño… bastante que nos mantenemos con nuestro ayuntamiento”, concluye.
Donde sí tienen pruebas es en Moraime. Allí un excura originario de allí (“aunque cura se es siempre”, dice) y abogado matrimonialista, Celso Alcaina, lleva años luchando, con pruebas documentales, para que las dos pilas del monasterio de la localidad, una bautismal y otra de agua bendita, vuelvan a llenar el vacío que dejaron cuando en 1960 Carmen Polo se las llevó “de un día para otro” a Meirás para usarlas como maceteros del jardín.
Por aquel entonces, él era un joven estudiante en Roma que pasaba los veranos en su localidad natal. El cura, José Barrientes Carnés, mantenía buena relación con él y le tenía en alta estima, por lo que le confesó el episodio. “El párroco tuvo remordimiento de conciencia y llamó al arzobispado de Santiago que le contestó que aquello no podía hacerse. Pero le dijeron ¿y qué vamos a hacer ahora? Es la señora de Franco”.
En los años ochenta, ya en democracia, Celso llevó al cura, antes de fallecer, ante un notario para dejar por escrito todos los detalles de aquel expolio (DESCARGABLE AQUÍ). “El cura tenía buena voluntad, pero había tenido miedo, ¿quién no tiene miedo ante la señora de Franco?”. Todavía conserva el acta notarial original y se la ha hecho llegar en reiteradas ocasiones a las autoridades civiles y eclesiásticas con escaso éxito hasta la fecha. "Las pilas son algo de mi infancia, de mi terruño, pero también es perder algo cultural, algo histórico. Nada se logra sin presión social, pero ahora que el pazo pasó a dominio democrático deberían ser más permeables y mandar (las pilas) a donde deben estar, a donde estuvieron durante casi mil años", sentencia Alcaina.
Daniel Sousa
Es redactor en EL PAÍS Audio y colabora en ‘A Vivir que son dos días’ de la Cadena SER. Ganador del...
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