Sociedad
11-M

Una 'pecera' de imputados con ligón de piscina

Retrato de una mañana en el juicio del 11-M

Madrid

Tres meses y trece días dan para entablar muchas relaciones y dejar al margen la tragedia del mayor atentado terrorista de la historia de Europa. Antes de que el magistrado dé comienzo a la 42ª sesión del juicio que se celebra en las instalaciones de la Audiencia Nacional en la Casa de Campo, acusaciones, defensas, 'conspiranoicos', procesados, policías y periodistas comparten chascarrillos de fin de semana, café de máquina y chistes sobre un candidato electoral que no ha tenido su mejor domingo.

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Apartado de las risotadas, corrillos y compadreos de la sala de cafés y sandwiches empaquetados, el magistrado Gómez Bermúdez, todavía vestido de calle, se afana en colocar las sillas donde testificarán los peritos y probar los micrófonos. El juez malagueño es así de hiperactivo. En la sala es peón, oficial, maestro y encargado de obra.

Ver entrar al habitáculo acristalado a los 18 procesados que siguen en prisión provoca un pequeño cosquilleo nervioso. Aunque el veredicto final será el que dictamine si son culpables o no, sus nombres y rostros están a día de hoy adosados a aquellos trenes abiertos como latas de conserva, a los cuerpos desperdigados por las vías y a aquel "baile de sonámbulos" que se quedó congelado el once de marzo.

Dentro de esa pequeña urna acorazada, como especies exótica que son escrutadas por los familiares de las víctimas y los curiosos que acuden al juicio, se sientan estos hombres que pasan las horas hablando, cuchicheando, releyendo sus papeles, jugando con el reloj, riéndose a carcajadas, mordiéndose las uñas o dando cabezadas de sueño.

Rabei Osman, más conocido como 'El Egipcio', se pasa la mañana taladrando con su mirada felina al público. Ya ha recuperado un poco la forma perdida por el ayuno que mantuvo voluntariamente durante trece días. Él y su letrado se han afanado durante el juicio en negar su supuesto liderazgo de la célula. Pero la mayoría de sus compañeros orbitan sobre él y los comentarios que, sin aspavientos ni gran gesticulación, ofrece cuando se cansa de la traducción simultánea y suelta los auriculares.

El 'gogo' que trata de ligar desde la urna

Otro de los personajes más curiosos es el díscolo Rafá Zouhier. Al inicio de la sesión se le ve distante del resto. Pronto comienza a abrir y cerrar carpetas, a sacar folios, a subrayar párrafos, a mandar notas a su abogado, a gesticular, a provocar carcajadas entre los imputados más jóvenes que están fuera de la 'pecera'. Zouhier se sabe protagonista. Ha 'triunfado' en varias sesiones, obligando al juez ha echarlo en más de una ocasión. Le viene de lejos, de cuando mandaba formularios y concedía entrevistas a los medios de comunicación que le daban toda credibilidad. También le viene de lejos ese aire de 'gogo' de discoteca de barrio, cuando presumía de invitar a copas a sus numerosas novias. Aprovecha los ratos muertos para pavonearse, incluso para lanzar algún guiño a una joven que está entre el público. Desconoce el 'ligón de piscina' que la chica se acuerda de él y de su "santa madre".

El niño rico estaba enfermo

Pero esta jornada tiene un protagonista indiscutible. Durante parte de la mañana, peritos y forenses psiquiátricos se afanan en dejar al desnudo las entrañas psicológicas de José Emilio Suárez Trashorras. El ex minero, que presumió de poseer varios vehículos, propiedades, garajes y pagar las copas y rayas de cocaína a sus amigos cuando salían a 'divertirse', se somete a una autopsia pública de sus esquizofrenias, trastornos bipolares y episodios paranoicos. Lo hace con la cabeza gacha, un tic nervioso en uno de sus ojos, el cuerpo temblando y destrozándose las uñas y padrastros.

Su ex mujer, la también procesada Carmen Toro, se tapa el rostro con las manos, como no queriendo saber nada del tipo de persona con la que compartió años de su vida. A quien no le interesa nada es al resto de procesados, que a esta hora de la mañana han sucumbido al aburrimiento de no hacer nada.

Fuera del habitáculo, otros peritos y forenses hablan ya del tamaño de los clavos y tornillos que perforaron los trenes. En su declaración no lo dicen, pero los que están sentados en la sala enmudecen y bajan la mirada. Saben que esa metralla también penetró en las víctimas.

 
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