Salvar al PP
Un líder enfrentado a la corrupción debe elegir entre salvarse primero él y luego el partido, o salvar primero al partido y luego a él mismo, si queda sitio en el bote
Madrid
Qué lejanos parecen ya aquellos días de pasodoble, plazas abarrotadas y exaltación de la amistad entre genoveses y valencianos. Con el derribo y liquidación del entallado Ricardo Costa entramos en la siguiente fase: la enérgica condena, aunque se le cese más por desobediente ante los designios de sus mayores que por andar de palique en el móvil con el tal 'Bigotes', como aclaró Cospedal en la SER. Por eso no cesan a Camps, porque les gusta cuando calla porque parece que está como ausente, que decía el poema. Ya ni la vociferante Rita Barberá exige la dimisión de Zapatero parapetada tras una barricada de bolsos de Vuitton. Hay que hacer algo dice todo el mundo en voz baja por los pasillos Populares mientras la crítica aplaude a Esperanza Aguirre por contundente y abuchea a Rajoy por manso. Pero ¿hacer qué?
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Un líder enfrentado a la corrupción debe elegir entre salvarse primero él y luego el partido, o salvar primero al partido y luego a él mismo, si queda sitio en el bote. Esperanza Aguirre, fiel a su tradición de "ambición rubia", ha elegido salvarse ella y quemar. Su mensaje es claro: Ella no sabía nada de los centenares de contratos troceados para mejor digestión de Correa, está muy decepcionada porque han decepcionado su confianza muchos que nunca pensó fueran a decepcionarla tanto en una escala de decepción de cero a diez y, por supuesto, hará lo qué sea y matará a quién sea sin piedad o misericordia. Es la reacción de quién se cree por encima del partido pues su poder son sus abrumadores resultados electorales. No le preocupa quemar a la organización porque se cree liderazgo puro. Un cálculo que muchos han hecho y siempre se han equivocado.
Rajoy parece haber elegido salvar al partido y asumir el riesgo de quemarse lentamente. Hombre de aparato, sabe bien que al día siguiente de los escarmientos públicos la vida sigue y alguien tiene que ocuparse de que la organización siga funcionando. Su mensaje es más confuso pero da entender que los populares no abandonan a los suyos, incluso a quienes se lo merecen tanto como Camps. Su cálculo opera sobre la hipótesis de que el daño real del Gürtelazo sobre su electorado ya está hecho y nadie sabe cuánto puede ser; en cambio el destrozo interno puede evitarse y también el cataclismo que supondría sumar a los casos de corrupción una guerra interna abierta.
La estrategia de Rajoy ha estado clara desde el primer día: inventarse un enemigo exterior -nosotros estamos bien, es el resto del país lo qué funciona mal, desde la policía a los medios- y asegurar el cortafuegos que separa, cada vez menos, el fuego de la corrupción del incendio de la financiación ilegal.
La primera parte sólo requiere de portavoces desahogados como Cospedal o Pons, gente dotada de ese don de ser capaz de acusar a cualquiera de asesinar a su propia madre sin alzar la voz, decir una mala palabra o descomponer la sonrisa y negarlo cinco minutos después.
La segunda parte es la peliaguda. Sólo funciona si se garantizan dos elementos: un stock amplio de chivos expiatorios y saber exactamente dónde se pisa: hasta dónde y a quién reclutó la trama. Hasta la fecha la oferta de chivos expiatorios está siendo exigua y no promete mejorarse en el futuro, excepto en Galicia, donde hay un muerto a quién culpar: el difunto Cuiña; y los muertos nunca se resisten a dimitir, algo muy conveniente en la presentes circunstancias.
En cuanto a la cuestión de la información, desde el momento que ha caído el tesorero de partido, Rajoy sabe bien que pisa arenas movedizas y el suelo puede hundirse bajo sus pies en cualquier momento.
Para cortar cabezas hay que tener una lista cerrada y completa de cabezas cortables y no la tiene. Mientras espera y ve, como le gusta, tal vez Rajoy debería empezar a plantearse que de poco sirve salvar al partido si se exaspera a los votantes, lo mejor que aún le queda al PP. Y salvar a los votantes pasa darles motivos para defender su opción política en el bar, en el trabajo o en la comida del domingo, no darle más razones para avergonzarse. Antes o después, de derechas o de izquierdas, jóvenes o viejos, hombres o mujeres, todos los votantes acaban llegando a la conclusión de que se merecen un líder que les diga la verdad.
Entrevista a María Dolores de Cospedal en 'Hoy por Hoy'
19:24
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