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Los agujeros de Alemania

La primera economía de Europa también padece los efectos de los delirios de grandeza de sus políticos

Es el modelo a seguir. El primer ejemplo que nombran los políticos españoles cuando, necesitados de argumentos para justificar sus reformas, tiran de comparativa y se sacan de la manga la manida expresión "como en otros países de nuestro entorno". En el imaginario colectivo sureño Alemania es el paradigma de la austeridad, de la buena gestión y uno de los pocos estados de Europa que no ha vivido "por encima de sus posibilidades". Sin embargo, la realidad es tozuda y revela que la primera economía de Europa también padece los efectos de los delirios de grandeza de sus políticos.

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Siete macroproyectos se tragan desde hace años miles de millones de euros de los contribuyentes germanos. Los retrasos en la ejecución de las obras acarrean sobrecostes que disparan presupuestos y ponen en entredicho la imagen de eficiencia y competitividad que Alemania proyecta de puertas para fuera.

Berlín es la ciudad que más compromete el discurso germano de disciplina fiscal, una especie de isla dentro del país en la que las prédicas de Angela Merkel difícilmente encuentran acomodo. La capital arrastra una deuda superior a los 60.000 millones de euros y su tasa de paro, cercana al 13%, casi dobla la media nacional. Una ciudad "pobre pero sexy", así la definió el alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit, que cuenta en su haber con cuatro grandes agujeros económicos que el cliché calificaría como más propios de enclaves mediterráneos: el aeropuerto Willy Brandt, la Ópera Estatal, el Palacio Real y la nueva sede del Servicio Federal de Inteligencia.

La capital alemana, al igual que Castellón, dispone de un aeropuerto en el que no aterrizan ni despegan aviones. El paralelismo termina aquí porque, a diferencia del proyecto de Fabra, el aeródromo berlinés todavía no ha sido inaugurado, aunque no por falta de empeño: su apertura se ha retrasado en múltiples ocasiones. La puesta en marcha del nuevo aeropuerto Willy Brandt, también conocido como Berlín-Brandeburgo (BER), estaba prevista para octubre de 2011 aunque en la actualidad la fecha estimada se fija en el verano de 2015. Se trata de una de las infraestructuras más ambiciosas desde la reunificación del país en 1990, que fue concebida con la pretensión de devolver a la capital alemana su importancia como nudo de comunicaciones.

Seis años después de que el alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit colocase la primera piedra, el balance es ciertamente negativo. El aeródromo se ha tragado hasta la fecha unos 5.300 millones de euros, más del doble de lo calculado en un principio, a lo que habría que sumar otros gastos adicionales y también el dinero que se ha dejado de ingresar debido al retraso de su puesta en funcionamiento.

Otro de los macroproyectos que avergüenza a la capital germana es la Ópera Estatal (Staatoper) de Unter den Linden, inmersa desde 2010 en una remodelación que tiene como objetivo lograr una mejor acústica. Para ello, se elevará cuatro metros el techo del edificio y se modernizarán las instalaciones, siempre siguiendo los bocetos del arquitecto Richard Paulick, quien se encargó de reabrir la famosa ópera tras la II Guerra Mundial.

Hasta aquí todo bien. El problema viene cuando se revisan presupuestos y calendarios. El coste de la "cirugía" se estimó en un principio en 240 millones de euros y su reapertura se fijó para octubre de 2013. Sin embargo, las últimas informaciones apuntan a un desfase económico de 46 millones de euros y a que Daniel Barenboim y su orquesta no podrán volver a actuar en la prestigiosa ópera hasta el año 2015.

También habrá que esperar, al menos hasta 2019, para ver terminada la reconstrucción de otro de los inmuebles destacados del boulevard de Unter den Linden: el Palacio Real de Berlín. Se trata del edificio más importante de la administración prusiana que fue residencia de los Hohenzollern desde el siglo XVII hasta la caída del Imperio alemán en 1918. Debido a los grandes daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial se decidió echarlo abajo y en 1976 se levantó en su lugar el Palacio de la República que sería posteriormente demolido en 2006. ¿Por qué? Porque el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento alemán) decidió por amplia mayoría en el año 2002 reconstruir el histórico "Schloss" de la capital germana. Un proyecto que contempla la creación del denominado "Humbolt Forum" que albergará la Biblioteca del Estado, la Universidad Humboldt y la Fundación Prusiana.

La reconstrucción del histórico edificio, de la que Merkel es partidaria, contó con un presupuesto inicial de 552 millones de euros que se ha visto incrementado hasta los 590 debido a que los costes de construcción han aumentado desde que se proyectó.

No muy lejos de allí, a unos dos kilómetros, encontramos la cuarta de las chapuzas que ponen en evidencia el buen nombre de Alemania: la nueva sede del Servicio Federal de Inteligencia (BND). Un edificio cuyos costes han ido aumentando poco a poco debido a deficiencias en los sistemas de aire y a un escándalo que sacó los colores a más de uno: en el verano de 2011 la revista Focus informó de que los planos del edificio, clasificados como ultrasecretos, habían sido robados un año antes. De esta forma, el presupuesto inicial de 730 millones de euros se ha incrementado hasta alcanzar los 1.600 millones de euros. Además, su inauguración se ha retrasado casi dos años y se prevé que la céntrica sede del BND, en la que trabajarán 4.000 espías, no entre en funcionamiento hasta finales de 2015.

Pero no sólo la capital alemana sufre los escándalos derivados de la ineficiencia y la mala planificación. En el sur del país, en el estado de Baden-Württemberg, la región de donde proviene la marca Porsche, se levanta una de las infraestructuras que más titulares ocupa en la prensa alemana. Se trata de "Stuttgart 21", un proyecto que contempla el soterramiento de la estación central de Stuttgart para enlazarla con la línea de alta velocidad de 1.500 kilómetros que conectará París con Bratislava. Por resumir la polémica que envuelve la puesta en marcha de esta obra, apuntaremos que cuenta con el respaldo del ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble a pesar de que su presupuesto no es precisamente austero. De los cálculos iniciales, que cifraban el coste de la infraestructura en 4.500 millones de euros, hemos pasado a una factura de más de unos 6.800 millones según la prensa alemana. Su apertura se retrasará hasta 2022 a pesar de que estaba programada en un principio para 2019.

Un retraso de pequeña dimensión si lo comparamos con el que sufrirá la inauguración de la Filarmonía del Elba (Elbphilarmonie) de Hamburgo que, a pesar de estar prevista para 2010 no estará lista hasta 2017. El edificio fue concebido como un símbolo de prestigio de Hamburgo, quizás con la intención de maquillar la imagen de una ciudad que a menudo se identifica con el tráfico de contenedores. De esta forma, se dio luz verde a un proyecto de 120.000 metros cuadrados y 110 metros de altura que albergaría, a orillas del río tres salas de conciertos, un hotel de cinco estrellas con 244 habitaciones, 47 viviendas, una plaza de acceso público y un aparcamiento con capacidad para 510 plazas. Su planificación fue hecha a lo grande, lo único que pareció fallar fue el apartado referido a presupuestos, no en vano la Elbphilarmonie iba a costar en un principio 77 millones de euros pero finalmente los contribuyentes tendrán que pagar, según el alcalde de la ciudad, 789 millones de euros.

Problemas en los tejados, grietas en las paredes que sustentan las escaleras mecánicas, estructuras inseguras y, sobre todo, continuas desavenencias entre los representantes políticos y la empresa constructora parecen ser las razones del sobrecoste y los retrasos. Aún así, el ex-alcalde de la ciudad, Ole von Beust, miembro de la CDU de Merkel continúa defendiendo el proyecto y recientemente ha asegurado que "volvería a tomar la decisión de construir el edificio" porque considera que se trata de una decisión correcta.

En esta carrera por la construcción de macroproyectos, tampoco se queda atrás Colonia, otra de las grandes ciudades alemanas, donde en la actualidad está llevando a cabo la ampliación de la línea de metro. Bajo el casco viejo de la urbe, las tuneladoras se abren paso para crear una conexión de cuatro kilómetros de longitud que unirá el norte con el sur a través de nueve estaciones. Se esperaba que la obra estuviese finalizada en diciembre de 2011, sin embargo ahora se calcula que, como muy pronto, podrá abrirse al público en 2019, algunos hablan incluso de 2022. Retrasos que, evidentemente, también tienen su impacto en el ámbito económico. Los costes de construcción, cifrados en 550 millones de euros inicialmente se han duplicado.

En la prensa alemana son continuas las noticias referidas a los dispendios de dinero público y a la ineficacia técnica que se manifiesta en algunas de las grandes obras que se levantan en el país. Mientras la prensa analiza, hay quien opta por relativizar. Por ejemplo, Karl Heinz Däke, antiguo presidente de la Federación de Contribuyentes de Alemania, un colectivo que, según explican en su web, lucha contra el despilfarro de dinero público aunque algunos politólogos lo enmarcan dentro de la estrategia lobbista ligada al partido liberal alemán.

Däke asegura que una vez se ha tomado la decisión de comenzar a construir, no se puede volver atrás y toma como punto de referencia la Puerta de Brandenburgo. Recuerda que su construcción duró desde 1965 a 1973 y que su coste inicial de 3,5 millones aumentó finalmente a 50 millones. "Hoy en día, nadie habla de ello. La humanidad olvida", sentencia en una entrevista concedida al periódico Die Welt.

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