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Afganistán

El cementerio en que se transforma la guerra

Cuando la guerra es arrollada por el paso del tiempo y se convierte en eterna, los números se desguazan perdidos en un túnel oscuro

Un hombre herido en un ataque suicida en Kabul / Gervasio Sánchez

Un hombre herido en un ataque suicida en Kabul

Kabul

Los periodistas que observamos la guerra navegamos entre los nutrientes de la

violencia con la temeridad de querer contar lo que ocurre en lugares donde sólo

sobreviven las versiones más despiadadas del comportamiento humano.

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Nos convertimos en notarios del horror y sólo nos resta ejercer de amanuenses de la Edad Moderna para copiar, en líneas que se desplazan con la barra del ordenador, las cifras de la ignominia que permitan entender el cementerio en que se transforma la guerra.

Contar los muertos de una guerra es muy difícil. Muy pocas veces las cifras se

registran con la puntualidad y constancia necesarias. Cuando la guerra es arrollada por el paso del tiempo y se convierte en eterna, los números se desguazan perdidos en un túnel oscuro.

El mundo sería más sensato si los muertos se acumularan como historias de vida

inconclusas en vez de en forma de asépticas cifras con muchos ceros, llamadas por los más modernos víctimas colaterales.

Una mujer herida en un atentado con coche bomba en Kabul

Una mujer herida en un atentado con coche bomba en Kabul / Gervasio Sánchez

Una mujer herida en un atentado con coche bomba en Kabul

Una mujer herida en un atentado con coche bomba en Kabul / Gervasio Sánchez

Hagamos un pequeño ejercicio y contemos los muertos de Afganistán. Empecemos por los últimos. En los primeros seis meses de 2019 ha habido 1.366 muertos civiles y 2.466 heridos, según la Misión de la ONU en Afganistán. 327 de las víctimas mortales eran niños y 144 mujeres.

Tendríamos que sumar los centenares de muertos de julio, agosto y setiembre para

acercarnos a la cifra real a día de hoy. El 14% de las víctimas se han debido a ataques aéreos, es decir con drones. El 86% de las víctimas de las bombas sin explosionar han sido niños.

Rebobinemos la última década y empecemos a sumar. No se olviden que hablamos de civiles, es decir de personas desarmadas. De civiles protegidos por convenios

internacionales con nombres muy resonantes.

En 2018 hubo 3.804 muertos y 7.184 heridos. Un 11% más que en el año anterior por culpa del repunte de los ataques suicidas perpetrados por los insurgentes y el aumento de los bombardeos aéreos afganos e internacionales

En 2017 hubo 3.438 muertos y 7.015 heridos. En 2016, 3.498 muertos y 7.920 heridos. Ese año se incrementó un 24% el número de niños muertos hasta 923. Muchos de los menores murieron cuando detonaron artefactos de guerra sin explosionar con los que jugaban.

En 2015 hubo 3.545 muertos, un 10% de mujeres y un 25% de niños, y 7.457 heridos. En 2014 se produjo un aumento de los combates entre las partes en conflicto y hubo más ataques con artefactos explosivos camuflados. Hubo 3.699 muertos y 6.49 heridos.

Se han fijado que muchas cifras empiezan por 3 o por 7 como si fueran los números de la mala suerte en una sociedad triturada por la violencia. Números que conforman ejércitos de víctimas que hay que enterrar o curar durante el resto de la vida por culpa de amputaciones múltiples.

En 2013 hubo 2.959 muertos y 5.656 heridos y en 2012, 2.768 muertos y 4.821 heridos. En 2011 la suma de muertos (3.133) y de heridos (4.706) fue de 7.839, una cifra que sigue empezando por siete como en el año posterior.

El siete sigue capitaneando en 2010 la suma de muertos (2.792) y de heridos (4.368)

hasta sumar 7.160. Hay que llegar a 2009, hace ya una década, para que ese número mortífero no supere los 6.000: 2.412 muertos y 3.556 heridos.

Entre 2009 y 2019 ha habido tres elecciones presidenciales bañadas en impresionantes charcos de sangre. En 2008, hubo 2.118 muertos, en 2007, 1.633 y en 2006, 669, el año más violento desde la caída del régimen talibán en noviembre de 2001 al producirse seis veces más atentados suicidas que en el 2005. Las cifras de víctimas civiles entre muertos y heridos de los primeros cuatro años del despliegue de la misión internacional entre 2002 y 2005 superan los 2.000.

Las dos primeras décadas del siglo XXI ha seguido la senda de la violencia de las dos últimas décadas del siglo XX. En diciembre de 1979, hace casi cuarenta años, la Unión Soviética invadió Afganistán. Empezó una larga guerra entre comunistas e islamistas que duró hasta el 15 de febrero de 1989 cuando el último soldado ruso abandonó el país asiático.

Aquella guerra mató a 725.000 afganos. Tampoco dejó indemne a los invasores que sufrieron 13.300 bajas mortales, cifra inferior a la de los muertos estadounidenses en Vietnam, pero equivalente si se compara el número de tropas que lucharon en cada uno de los dos conflictos. 54 afganos murieron por cada soldado soviético de la misma forma que 51 vietnamitas perdieron la vida por cada soldado estadounidense.

Cuando Afganistán vivía exhausto empezó la guerra civil en 1992 entre facciones

muyaidines, es decir entre fundamentalistas, que provocaron otros 50.000 muertos

civiles en apenas cuatro años y destruyeron completamente la capital Kabul.

Es el resumen del cementerio en que se transforma la guerra.

 
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