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Una crisis, un mundial y todas las pasiones juntas

Tras una semana de convulsiones de todo tipo, desde el fútbol a la política, Gobierno y oposición aprovecharán los próximos días para resituarse

Maxim Huerta, ex ministro de Cultura y Deporte, durante la conferencia donde anunció su dimisión. / JUAN MEDINA REUTERS

Madrid

Cuando llegó el momento de escoger el puesto más sensible de su equipo, Pedro Sánchez prescindió del que había sido su colaborador más leal, de quien le había acompañado en los peores tránsitos de su carrera. Para el puesto de jefe del Gabinete, el nuevo presidente escogió a Iván Redondo, antiguo asesor de José Antonio Monago o de Xavier García Albiol y sus campañas dedicadas a señalar a los inmigrantes. Redondo, elogiado también por Pablo Iglesias, es un experto en la comunicación política y había un mensaje en su elección: ya que el Gobierno tendría poco tiempo, habría de comunicar bien y rápido; ya que apenas quedaba margen presupuestario, tendría que explorar lo simbólico. Se formó un Gobierno de buen currículum y perfil técnico, al margen del PSOE, y, con los ministros dando las entrevistas que el presidente no da, se lanzaron las primeras señales: el rescate del Aquarius y la humanización del trato a los inmigrantes, la restitución de la sanidad universal o, en otra escala, el intento de revocar la condecoración al torturador Billy el Niño. Ese era el plan, hasta que se supo el caso de Màxim Huerta.

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En plena luna de miel, con las encuestas certificando el entusiasmo de las primeras horas, el caso de Huerta suponía una crisis de credibilidad y de comunicación. Contravenía el relato y exponía a un ministro que ocultó información al presidente. Mientras el presidente de la Federación Española de Fútbol comunicaba el despido del seleccionador Lopetegui –que se calló sus negociaciones con el Real Madrid–, el país se preguntaba por la reacción de Pedro Sánchez, del que ya se sabía lo que había dicho unos años atrás: si alguien hacía en su equipo lo que había hecho Huerta, lo echaría. Andaban mezcladas y efervescentes las dos grandes pasiones de este país, el fútbol y la política. Echaban al seleccionador y se mantenía el ministro.

Al principio, en la Moncloa titubearon. Mandaron el mensaje de que el caso estaba cerrado y el presidente Sánchez estaba satisfecho con las explicaciones que Huerta ya estaba dando. Creció la presión. A Sánchez se le echó encima la hemeroteca y aumentó la preocupación en su entorno y en su partido. No era sólo un problema de comunicación, sino de coherencia. A eso luego Huerta lo llamó “jauría”, “bombardeo”. “Posverdad”. En el PSOE le respondieron: “Es donde se ha fijado el listón”. El Gobierno sabe que ha llegado al poder tras una moción de censura. En su primer discurso, Sánchez llamó a sus ministros “personalidades” y les reclamó “ejemplaridad”. Habían echado al seleccionador y dimitía un ministro –quizá fue al revés– y, además, el cuñado del rey acudía al juzgado a que le notificaran los días que le quedaban en libertad. Hay semanas en las que apenas ocurren cosas y horas en las que pasan todas de pronto.

El Gobierno tratará ahora de seguir por el camino de los símbolos y rebajar la pasión política mientras vibra la pasión del fútbol. La oposición intentará lo contrario, claro. El PP, de hecho, ya explora el camino de la crispación aunque el debate interno –por el momento incruento, ya veremos la semana que viene– consume sus fuerzas. Siempre fue el verano el tiempo propio de las pasiones, pero pocas veces las había traído todas tan juntas.

 
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