“Hay que ir a la letra pequeña y lo mejor es comprar un yogur natural normal y corriente”
¿Es todo aquello que se vende como yogur un verdadero yogur? Entrevista a Beatriz Robles, tecnóloga de alimentos
Madrid
Parece un yogur, se envasa como yogur y se vende donde los yogures, ¿pero es de verdad un yogur? No, no es un acertijo, es una pregunta que quizá deberíamos hacernos la próxima vez que vayamos a comprar, para ser más conscientes de lo que comemos. En el último SER Consumidor, Jesús Soria entrevistó a Beatriz Robles, tecnóloga de alimentos y nutricionista en formación, para que nos explicara las diferencias entre yogures y otros postres lácteos a propósito de un interesante artículo que publicó en su página personal: “El consumidor los confunde continuamente: especialmente los yogures con las leches fermentadas”.
Beatriz Robles, tecnóloga de alimentos: “Hay que ir a la letra pequeña y lo mejor es comprar un yogur natural normal y corriente”
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Para empezar, Robles contextualizaba el problema: “En el año 2002 se introdujo un cambio en la definición de yogur en la norma. A partir de entonces, también pueden considerarse yogur aquellos fermentados pasteurizados después de la fermentación. Unas leches que sí han sido fermentadas, pero que ya no contienen organismos vivos. Y eso sí que es un problema, porque contradice lo que la propia norma considera como yogur: un alimento que tiene microorganismos vivos”.
La entrevistada desarrollaba esa idea en mayor profundidad: “Solo se considera yogur aquel producto que es una leche fermentada por dos tipos de microorganismos específicos (Streptococcus thermohilus y el Lactobacillus bulgaricus) y que tienen que estar en una concentración determinada. Otros productos que estamos confundiendo continuamente con el yogur son esas leches que se fermentan con bifidobacterias o con otros lactobacillus, como el Lactobacilus casei: serían leches fermentadas, sí que tendrían microorganismos vivos, podrían considerarse probióticos, pero no yogures estrictamente hablando”.
En la entrevista le recordamos a Robles que ella escribió que el yogur es una leche fermentada, pero que no todas las leches fermentadas son yogur: “El principal problema entre yogures, postres lácteos y leches fermentadas es que la forma de presentación, el envase, es muy similar en todos ellos. Y en muchos casos, en la publicidad y en el punto de venta se venden como si fueran yogures, aunque si vamos a la letra pequeña del etiquetado veremos que no pone “yogures”, porque se atienen a la definición legal del producto. Pero si el envase es el mismo, es muy fácil que los consumidores lo vayan a confundir”.
También aseguró que “los productos que están pasteurizados después de la fermentación, que son todos esos yogures que se pueden mantener fuera del frigorífico, no valdrían como alimentos probióticos, porque sus bacterias ya no están vivas en el producto. Sí que es verdad que se ha visto que algunos de esos probióticos ayudan a nuestra salud, pero son estirpes muy concretas que no tienen que ser las que están en estos productos”.
Y sobre ciertas “propiedades” achacadas a menudo a ciertas productos, explicó: “Hay que decirle al consumidor una cosa muy importante: la autoridad europea de seguridad alimentaria no ha reconocido ninguna propiedad funcional a estos probióticos que se están vendiendo continuamente (los bifidubacterium, los lactobacilus). No quiere decir que los probióticos no tengan propiedades funcionales, lo que quiere decir es que los fabricantes no han podido demostrar que esos que nos están vendiendo tengan esas propiedades. ¿Entonces cómo es posible que Lactobacilus casei o que un bifidubacterium ponga alguna alegación como “ayuda a las defensas” o “ayuda al tránsito gastrointestinal”? Pues porque se les añade algún otro micronutriente, como los cloruros o la vitamina B6, y con eso ya se pueden hacer esas alegaciones. Pero se deben a esos micronutrientes, no a la presencia de un microorganismo concreto o de una estirpe desarrollada por una marca comercial. Esos micronutrientes que también pueden estar presentes en muchos otros alimentos”.
Para terminar, Robles recomendaba consumir “yogur natural normal y corriente, el más barato y el mejor desde el punto de vista nutricional al no tener azúcares añadidos ni otra serie de ingredientes que no interesa incluir en la dieta”.