Despoblación y cambio climático, "la cuenta atrás": los incendios solo podrán evitarse cuidando el medio rural
Organizaciones como Greenpeace o WWF advierten de que los incendios forestales serán cada vez más peligrosos y devastadores en todo el mundo, también en España
La solución al calentamiento global depende de un cambio de modelo territorial y de consumo en nuestro país, según expertas en control de las llamas y en medio rural
Madrid
En mitad de un escenario de verano incierto a merced del coronavirus, no solo la pandemia no parece detenerse con nuevos brotes cada día, tampoco lo hacen las llamas. La nueva enfermedad no es la única que azota a la población mundial, otros puntos rojos se multiplican en todo el planeta, en la tonalidad exacta del fuego que arrasa el territorio. Los incendios forestales siguen ahí, y cada vez más agresivos. Son, como señalan desde el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), “la nueva normalidad”.
Según datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), entre el 1 de enero y el 12 de julio se habían producido en España 1.447 incendios (el 40% del total de los registros), tres de ellos catalogados como Grandes Incendios Forestales (GIF), es decir, afectaron a más de 500 hectáreas cada uno. La cifra aumenta una semana después: en los últimos días se han registrado dos más, en Zamora y en La Palma respectivamente. El primero ha dejado más de 2.000 hectáreas de tierra calcinada; el segundo, aún sin extinguir, ha arrasado ya 1.200 hectáreas, obligando a evacuar a decenas de personas cuyos hogares dependen ahora, sobre todo, del viento y el calor.
<p>Las anomalías en las temperaturas son cada vez más evidentes, tal y como demuestran los gráficos</p>
Incendios "imposibles de controlar"
Este tipo de incendios son la chispa de los llamados incendios de sexta generación, fuegos que en la última década han alcanzado nuevas características, más inciertas y agresivas, y que se vuelven cada vez más frecuentes. En este momento permanecen activos más de 500 incendios de esta categoría en California, quemando ya 360.000 hectáreas. Su fuerza modifica los ecosistemas que destruye al generar tormentas de fuego y otros fenómenos que los hace “imposible de controlar”, asegura Vanessa Molina, bombera forestal del Plan Infoca en Castilla-La Mancha.
Molina advierte de que España no está exenta de sufrirlos pronto. Ninguna parte del planeta lo está. También en este momento los bosques de Siberia, una de las regiones más frías del mundo, están ardiendo tras más de cuatro semanas consecutivas haciéndolo. “Cada vez hace más calor, llueve menos, hay más abandono rural y más explotación del paisaje, más contaminación. No podemos negar lo que está ocurriendo”, subraya al respecto esta profesional.
Las organizaciones ecologistas llevan décadas insistiendo en ello, y en los últimos años no han dejado de reforzar su mensaje ante gobiernos que miran para el lado del negocio y sociedades que siguen sin estar concienciadas mientras el planeta arde. Deforestación, despoblación, contaminación… No pocos expertos aseguran que la COVID-19 es, como los incendios, producto de otra enfermedad: el cambio climático, consecuencia de un modelo de vida que se está volviendo contra la propia vida. En este contexto, lejos de mitigarse, la amenaza del fuego crece descontroladamente destruyendo un elemento que resulta esencial para un futuro más sano: el medio rural y los espacios naturales.
En las semanas previas a decretarse la emergencia sanitaria mundial, los ojos estaban puestos en Australia. El fuego devoraba buena parte del país debido a la industria del carbón y alentado por las condiciones meteorológicas. Las causas no parecían las mismas que las que hacían arder las selvas de la Amazonia meses antes, pero resultan del mismo estímulo destructor.
De hecho, el llamado pulmón del planeta sigue quemándose en este momento para seguir dando espacio a la industria del monocultivo (campos infinitos de soja con destino principalmente a Europa). Quemas y talas indiscriminadas en favor del modelo de consumo actual. Más de 22 millones de hectáreas calcinadas en 2019 solo en estos territorios y la pérdida con ellas de miles de vidas de animales y cientos de vidas humanas cuando el coronavirus cerró países y vació calles, volviéndose la nueva idea de apocalipsis para algunos. Silencio. Nada que ver.
Temperaturas nunca antes registradas
El año que transcurre no está siendo el primero en récords de fenómenos. Desde el año 2001 la temperatura media del planeta no ha dejado de crecer. “La última década ha sido la más caliente desde que hay registros (1880)”, apunta Lourdes Hernández, técnica del programa de bosques de WWF en el último informe de la organización El planeta en llamas. Así, 2019 se convirtió en el año más caliente jamás registrado en Europa, y la temperatura alcanzada en todo el mundo “estuvo por encima de la media para el periodo 1981-2010, 1,2°C más cálido con relación a la temperatura de la era preindustrial”, señala el informe.
<p>La temperatura media del planeta ha aumentado considerablemente durante las últimas décadas</p>
El texto insiste en que la nueva década simplemente sigue la misma tendencia, un camino autodestructivo pese a lo acordado en el Acuerdo de París de 2015 o en el reciente Pacto Verde Europeo de 2019 y otros encuentros de autoridades políticas internacionales bajo la proclama de reducir el calentamiento global: “El primer mes de 2020 fue el más cálido en el mundo desde que se tienen registros y durante el mes de febrero se alcanzaron temperaturas récord en zonas como la Antártida, donde por primera vez se superó la barrera de los 20 grados”.
En España, la nueva realidad transcurre con muchas dudas entre intentos de recuperación económica y temperaturas nunca antes registradas. En el último mes se han disparado los termómetros en todo el país, con temperaturas inusuales en algunos puntos como las alcanzadas en el Cantábrico: entre 15 y 17 ºC por encima de lo habitual. No es de extrañar si se tiene en cuenta que recientemente en zonas de la Antártida ha llegado a hacer más calor que en Sevilla.
La preocupación de expertos y expertas crece a todos los niveles, también en España, donde los períodos de sequía son cada vez más largos. El aumento de las temperaturas no es un fenómeno espontáneo, todo tiene causa y sus consecuencias ya se están conociendo. Hernández apunta con esto que “la vulnerabilidad del planeta y de la población ha crecido exponencialmente según nos hemos ido distanciando de la naturaleza”. Se refiere al abandono del medio rural pero también, y al mismo tiempo, a la explotación de la tierra que lo ha provocado.
Son efectos en cadena desarrollándose desde la llamada revolución industrial. Por eso se toma como referencia dicha etapa histórica en las mediciones de temperatura y por tanto para las emisiones de CO2 acumuladas en la atmósfera que el mercado global sigue generando. El calentamiento y los incendios son desde entonces un círculo cerrado y un reloj que se ha acelerado y no deja de avisar. Solo en 2019 los grandes incendios expulsaron más de 7.800 millones de toneladas de este gas a escala mundial.
El problema: la desidia hacia lo rural
En España, cada año se repiten más de 10.000 focos en toda la península. Si bien en 2020 la cifra se ha reducido en un 60% hasta la fecha, motivada por el confinamiento y las labores de los equipos de extinción, el peligro aumenta como lo hace su superficie forestal debido a la desidia hacia el medio rural.
<p><span class="plantilla-componente-parrafo">Mapas elaborados por EPData reflejan <span>qué municipios perdieron y cuáles ganaron población entre 2017 y 2018.</span></span></p>
Lo advierte Greenpeace en su último informe Proteger el medio rural es protegernos del fuego: “Hay menos incendios en España, pero son cada vez más devastadores y difíciles de controlar”, apunta el texto. Para el caso de 2019, se produjeron a lo largo del año 10.883 incendios en el país, de los que 14 se convirtieron en grandes incendios forestales. Solo 14 incendios afectaron a un total de 83.962 hectáreas. En otras palabras: solo el 0,13% del total fueron responsables del 34% de la superficie quemada. ¿Qué quiere decir esto? Que si se han implantado soluciones están dejando de ser efectivas.
Lo apunta Mónica Parrilla, ingeniera técnica forestal de dicha organización: “El estado de nuestros montes y la crisis del territorio (la llamada España vaciada) comparten los mismos síntomas: desidia, desconocimiento y falta de comprensión de la realidad del medio rural”. Un cruce de variables que reitera Molina: “En mi pueblo. por ejemplo, hace muchos años la gente se iba a segar y en mitad de la siega hacían una lumbre para hacer comida y no salía nada ardiendo porque la tierra no estaba dejada, se cultivaba y se salía a pastorear. Además, no todos los fuegos son negativos, el problema es la situación y la falta de conciencia. Ahora la gente se ha ido a las ciudades, queda gente mayor, o gente que llega, pero no para trabajar el monte, está abandonado y se usa sin pensar”.
En la actualidad, la población rural representa el 16,2% del total en España, mientras que el 83,8% restante se concentra en áreas urbanas. La falta de infraestructuras y de oportunidades -especialmente para las mujeres- ha ido dejando una sucesión de casas vacías, lo que se conoce como el éxodo rural. Municipios ahora avocados a desaparecer quizás entre las llamas porque las tierras que los envuelven se han vuelto áridas, repletas de matorral, combustible fácil. Las imágenes que dejaba el confinamiento llevan años reproduciéndose en cientos de pueblos de todo el país.
Falsas soluciones
Según el MITECO, España es hoy el segundo país de la UE con más superficie de bosque (casi 28 millones de hectáreas), solo por detrás de Suecia. Un 55% del territorio son áreas forestales, de las cuales el 66% está catalogado como monte. Cubierto de grandes masas secas que siguen creciendo abandonadas, se convierte en “el escenario perfecto para el avance del fuego de forma rápida e intensa”, señalan en Geenpeace.
Algunas de esas tierras han corrido otra suerte de falsas soluciones y se han vuelto objeto para la especulación del suelo, macroproyectos urbanísticos en declive y urbanizaciones. De nuevo, la falta de conciencia que agrava aún más el peligro de incendios. “Cuando viajo por carretera y veo urbanizaciones entre pinos que pueden parecer idílicas, se me pone la piel de gallina porque si un día salen ardiendo no quedará nada, es justo lo que está pasando en EE.UU., allí muchos de los focos están atravesando urbanizaciones", asegura Molina.
Los incendios de interfaz urbano-forestal (como se conocen a los que se dan en zonas de viviendas diseminadas en terrenos de monte sin gestión) "van a ser cada vez más frecuentes y son muy peligrosos porque hay muchas vidas humanas en riesgo. Basta recordar las decenas de personas que murieron aquí al lado, en Portugal, hace tres años”, recalca esta profesional que trabaja como punta de lanza en un equipo de ocho personas, pero también sirven de ejemplo los incendios que ya cubrieron de humo Gran Canaria hace un año, cuando los efectivos tuvieron que desalojar a 10.000 personas y las llamas arrasaron 12.000 hectáreas, calcinando casas y animales.
Mientras tanto, y como apuntan en Greenpeace, “más del 80% de la superficie forestal en España no tiene un plan de ordenación”. Durante un estudio llevado a cabo por la organización en 2018, comprobaron que “solo 5 comunidades tenían planes de prevención de incendios, pero escasos y sin asegurar implementación”.
A menor escala, la Fiscalía de Medio Ambiente y Urbanismo lleva tres años solicitando a más de 150 municipios de toda España un plan local en esta categoría que requieren por su ubicación, pero muchos siguen sin presentarlo. Se trata de “un problema serio”, asegura Molina, que además explica que “Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura somos las únicas CCAA en las que contamos con un dispositivo profesional los doce meses del año, pero en el resto no lo hay, contratan a personal en los meses de verano, sin una preparación adecuada”.
La "paradoja de la extinción"
Desde el colectivo, señala, llevan años reclamando un estatuto básico del bombero forestal a nivel nacional “para que en todas las CCAA tengamos los mismos derechos laborales y para que contemos con la misma formación y equipación. Los incendios están cambiando y necesitamos una aprender continuamente”.
Pese a ello, el Gobierno presume de que España es uno de los países que más presupuesto invierte en tareas de extinción de incendios, un parche cada vez más pequeño para tanto abandono. De hecho, como señalan en WWF, “el país dispone de uno de los mejores sistemas de extinción a nivel mundial, pero las estadísticas confirman que el sistema es víctima de su propio éxito”.
Para explicarlo, Molina utiliza el concepto de “paradoja de la extinción”, es decir, “cada vez tenemos más medios humanos para atajar un incendio, pero cada vez son más virulentos y ante esto, ya puedes tener todos los medios de España, Portugal y Francia que de nada servirán. En Estados Unidos tienen aviones con la última tecnología, equipos muy grandes, pero las llamas siguen avanzando a toda prisa”. Molina reconoce que tanto ella como sus compañeros “lo vemos ya como una cuenta atrás”, y advierte que “hay que dejarlo claro ya: si no acaba este modelo pronto ocurrirá una tragedia aquí y los equipos de bomberos no podremos hacer nada, será imposible”.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU le da la razón, asegura que el área mediterránea se presenta como una de las zonas más vulnerables a los efectos del cambio climático que vienen si no se toma en serio la reducción de la temperatura media mundial frenando las prácticas que la están elevando. “España y Portugal serán países de incendios extremos que muy probablemente vivirán escenarios muy peligrosos”, reconocen desde WWF. En este sentido, Parrilla remarca una pista a tener en cuenta: “Los incendios más devastadores en Australia se localizan en el sur y sudeste del país, zonas con ecosistemas mediterráneos como el de España en los que la época seca coincide con la de calor”.
Acabar con el modelo industrial
Por ello, quienes reconocen y trabajan el medio rural, el paisaje y el medioambiente consideran que la solución ya no pasa principalmente por actuar cuando hay incendios, y mucho menos por enladrillar el monte, sino por la prevención “que solo es posible con un cambio de modelo social y económico que ponga la esencialidad de las áreas rurales en el centro” insiste Lucía López, licenciada en Veterinaria, con máster en Agroecología, Desarrollo Rural y Agroturismo.
El medio rural es clave para la producción de alimentos y otros bienes de los que se abastecen las propias ciudades. La pandemia lo ha puesto en evidencia más que nunca. Sin embargo, la agricultura y la ganadería llevan décadas condicionadas por la producción intensiva. En España, las macrogranjas y unos sectores cada vez más mecanizados y explotados frente a la pérdida de otras prácticas siguen provocando estragos en la tierra con el permite de las autoridades políticas.
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“Estamos en una situación muy grave y la forma de mitigarla no es seguir apostando por este modelo industrializado a gran escala, sino cambiar a modelos más sostenibles, basados en la agricultura y la ganadería familiar, más pequeños, autóctonos y que son además los que pueden generar empleo en las zonas rurales, revitalizando los pueblos y la tierra”, afirma López, que reside en Aragón, una de las comunidades más mitigadas por la despoblación.
Para ella, el papel de la Administración es fundamental en el camino a la sostenibilidad, y aboga por una publicidad para la conciencia social: “Seguimos viendo anuncios de grandes empresas de productos lácteos, por ejemplo, en los que aparecen vacas pastando en montañas, imágenes muy bonitas que no son reales y fomentan un consumo que no es sano para nada ni nadie, pero casi no vemos publicidad de actividades sostenibles que están surgiendo como iniciativas locales, si no se muestran la población las desconoce. Es necesario que las administraciones abran los ojos y dejen de hacer esto”.
En el modelo agroindustrial de España no destacan prácticas como la deforestación que destruyen los ecosistemas de países como Brasil, pero España se alimenta de ello como uno de los principales importadores de los cultivos por los que empresas y gobiernos están destruyendo las selvas. Muchos de estos productos acaban en macrogranjas para la producción de carne, de la que sí es exportador. La situación actual del sector en el país pasa por el predominio del modelo intensivo donde “las condiciones de los animales quedan relegadas al beneficio económico”, apuntan desde Greenpeace. Sufrimiento animal que requiere enormes cantidades de agua, de energía y de alimento, provocando un gran impacto de emisiones contaminantes y dejando la puerta abierta a las llamas.
Según recoge la organización, la ganadería industrial es responsable del 14,5% de la emisión de gases de efecto invernadero que alteran las temperaturas. Las últimas cuentas medioambientales del INE para España señalan que el sector de la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca emite el 59,5% del metano y el 76,1% de óxido nitroso expulsados a la atmósfera, gases de efecto invernadero mucho más potentes que el dióxido de carbono.
Mientras esto ocurre, el consumo de carne sigue decayendo en la población española. En los últimos siete años, este se ha reducido en un 12% según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Esto evidencia interés ciudadano, pero también insensatez política. Los datos sostienen las palabras de López, que apunta a “una sobreproducción innecesaria, principalmente de porcino”. Además, todo ello acompañado de “unas condiciones de higiene pésimas”, animales enganchados a máquinas que requieren electricidad constante.
De la misma forma, la mecanización también se ha impuesto en la agricultura y ha provocado el abandono de esta en sus formas tradicionales. En los últimos 50 años se han abandonado en España 4 millones de hectáreas de tierras de cultivo, señalan desde Greenpeace, la población ocupada en este sector ha pasado de un 36% a un 4%. El resultado es que “casi el 75% del territorio en España se ha vuelto extremadamente seco”.
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Un momento "clave"
Por tanto, la solución a la pandemia que pasa desapercibida es entenderla evidente. En el caso de España, hacen falta “políticas que generen un tejido económico a largo plazo”, y especialmente en el ámbito rural, destaca Greenpeace. Para lo que es necesario un equilibrio territorial “integrando de forma justa y efectiva a las mujeres”, insisten desde la organización.
Asimismo, el fomento del consumo local, de la mano de la recuperación de prácticas tradicionales como el pastoreo de cabras, ovejas o vacas (se estima que solo 40 cabras pueden consumir hasta 80 kilos de biomasa por hectárea en un día, reduciendo la acumulación de combustible y generando heterogeneidad en la vegetación) y la agroecología. El aprovechamiento de la biomasa, indican, también es fundamental mediante otras actividades como el resinado, la micología y el corcho que, aseguran, ofrecen además grandes oportunidades de empleo.
Sin un medio rural activo, el problema de la despoblación es también un problema medioambiental. Como apunta Molina: “Cuidar el monte es tener conciencia de que no podemos tratarlo como si fuera cualquier cosa”. Las expertas coinciden en que “estamos en un momento clave y de oportunidad” para empezar estos cuidados.